jueves, 1 de enero de 2009

Marismas de Joyel (Noja)

Hola Burrines y Burrinas. Hace unas semanas, y en vista del mal tiempo que hacía, un grupo de disidentes burriles decidimos abandonar nuestra actividad montañera y encaminarnos a la playa de Noja a admirar la belleza del mar. Alguien propuso que de paso podríamos ascender a la famosa cumbre de Montecabras, de 35m de altura sobre el nivel del mar, más o menos, y así, desde allí tener una perspectiva más bonita, si cabe. Un paseíto. Y allá fuimos. El paseo se inició en el incomparable aparcamiento de la playa de Noja, desde donde pertrechados con nuestras mochilas, capas, botas, bastones y demás partimos. Incomparable imagen la de los cinco montañeros y un perro atravesando la playa para acercarnos a la orilla batida por el temporal. Olas de cuatro metros, metro arriba, metro abajo, se alzaban y rompían contra las rocas. Qué bonito. Tras unos minutos de observación, admiración y embeleso decidimos emprender la ascensión que en cuestión de minutos nos puso en la cima de Montecabras desde donde, en efecto, se veía el mar a un lado y al otro las marismas de Joyel, que en aquel preciso instante eran bañadas por una cálida luz en medio de aquel día sombrío y húmedo en el que la lluvia no cesaba de caer. Entonces el singular paseo tomó un nuevo cariz. Decidimos bajar y acercarnos a las marismas. Para ello, descendimos por la vertiente oeste y tuvimos que atravesar un arenal que se forma en la desembocadura del que supongo será el río Joyel, aunque esto son sólo suposiciones, hipótesis que ahora me planteo y que siembran en mí un mar de dudas tan inmenso y tempestuoso como el que acababamos de admirar. Para entonces la cálida luz se había tornado en una fría oscuridad pero el siempre intrépido, y por ello apodado Gladiator, se adelantó a la expedición para encontrar un camino que nos condujera a alguna parte... y se fue.. lo encontró y volvió... y nos guió... cual Ulises su nave por el desconocido ponto. . Primero atravesamos parajes donde los búfalos pastaban plácidamente bajo aquella lluvia que más bien parecía un muestrario de todos los tipos de aguaceros que la ciencia meteorólogica haya sido capaz de clasificar. Nuestro caminar se vio sorprendido por el alegre corretear de un emú que pronto se perdió entre las cortinas de agua que caían sin cesar. El frío era intenso y mis manos eran incapaces de responderme, por lo que fui incapaz de abrir la cremallera de la cámara, por lo que no hay documento gráfico del bestiario que por allí se había organizado. Más adelante se levantaban bandadas de patos que más que volar nadaban por aquellos cielos cargados de agua. Los cisnes salvajes daban el contrapunto romántico a aquel paraje. Por fin llegamos al único lugar cubierto de toda la marisma. Un molino de mareas en cuyo soportal nos refugiamos durante un momento para comprobar que por mucho que esperáramos nunca terminaría aquel temporal y que moriríamos de frío de no salir de allí cuanto antes. Ya de regreso tomamos otro camino para ir a los coches, tuvimos que recorrer la carretera que hay junto al camping y que se encontraba anegada de agua... más de un palmo por lo que ésta entraba en las botas que pronto pesaban varios kilos más de lo normal así que dos de nuestros expedicionarios optaron por encarmarse a la tapia del camping y en una hazaña sin par, y tras recorrer unos cien metros pegados a la tapia como arañas se vieron obligados a meterse en el camping con el consiguiente peligro que ello conlleva, ya que como es de todos sabido estos lugares suelen estar protegidos en aquella zona por caimanes que sólo son alimentados con los cuerpos de los intrusos. Por fin llegamos a los coches... nos metimos en un edificio que no sé muy qué era... y allí nos cambiamos de ropa, dejamos al Baku atado fuera, muerto de frío y nos metimos en un bar que la providencia había creado justo allí y donde había tortillita de patata recién hecha y café calentito.